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La ruta de la muerte

El duelo de una familia en víspera de navidad

Por Diana Bernal Allendes y Claudio Flores

Editado por Ana Vásquez Inostroza y Martin Roman

La trágica muerte de dos menores de edad en diciembre de 2019 dejó a la vista el alto número de víctimas e injusticia sepultados en el asfalto de la ruta internacional CH-115, iniciando una lucha contra la invisibilización y la falta de previsión de las autoridades sobre una comunidad al borde de la carretera.

Foto de Claudio Flores, licencia propria, no uso comercial

En diciembre del 2019 la localidad presenció uno de los accidentes más trágicos que hayan ocurrido en el trayecto desde su oficialización como camino internacional en 1997. Y es que en el mismo sector hay seis animitas producto de los accidentes de tránsito.

En el paso internacional Pehuenche que une a Chile y a Argentina se esconde un pueblo entre los campos y las zonas agrícolas de la séptima región. Donde reina el silencio y la naturaleza las personas salen a trabajar apenas el sol se asoma por la cordillera y vuelven a sus casas cuando este cae.

San Clemente, ubicado en la región del Maule, desde sus inicios sólo ha sido un pueblo de paso para viajar al país trasandino, o viceversa. Los turistas estaban obligados a pasar por la ruta CH-115, también conocida como avenida Huamachuco en el sector urbano, que hasta hoy alberga locales comerciales clásicos del sector: una panadería, un supermercado y una farmacia.  Incluso, hasta hace un par de años, era lugar del único semáforo de la comuna.

Sin embargo, todo cambió desde 2014, cuando decidieron realizar un bypass para descongestionar el centro de San Clemente. Posteriormente, en 2015, la empresa Jorge Piddo se adjudicó la licitación para remodelar una parte del camino que une a la localidad con la capital regional. Con una inversión de más de mil millones de pesos y trabajos durante treinta meses, cambiaron el antiguo camino -de una vía por sentido- por una carretera.

Así es cómo San Clemente dejó de estar en el mapa para los turistas y el pueblo comenzó a esconderse en medio de plantaciones de trigo y cerezas.

La licitación era osada. Para lograr el desarrollo correcto del plan, debían comprar muchos terrenos a personas que durante toda su vida habían vivido en el mismo lugar. Pero lo más difícil era construir una carretera en medio poblaciones y sectores residenciales.

Actualmente, mini supermercados, ferreterías, colegios, iglesias e incluso una subcentral eléctrica están al borde de la nueva carretera. La vida de una ciudad se ha gestado a partir del camino internacional y de las oportunidades turísticas que trae. La gente lo sabe y no lo olvida.

Lo que nadie esperaba, tras ser implementada la nueva alternativa a la ruta tradicional, era que no respetaran los límites de velocidad que fueron pensados originalmente en menos de sesenta kilómetros por hora. Una carretera en línea recta que une Talca con San Clemente, recién inaugurada, terminó siendo la pista perfecta para que la imprudencia de los conductores y la falta de fiscalización acabara con más de una vida.

Bárbara Castro (29) ha vivido toda su vida en San Clemente y estudió a tan sólo dos cuadras de su casa, en el Colegio de Aurora. Allí conoció a Maicol Labra (30) quien años más tarde se convertiría en su esposo. Compartían creencias y acudían a la misma iglesia metodista en Flor del Llano junto a sus familias, tres días a la semana durante toda su vida.

En el año 2008 tuvieron a su primera hija, Paz. Dos años después decidieron casarse y comenzar a vivir juntos, en el mismo sector de toda su vida, pero esta vez, solos. Así, instalados en Aurora, pero siempre con sus familiares cerca, el primer año tuvieron a su primer hijo, Mateo. Y cinco años más tarde llegó su segunda hija, la menor de la familia, Agustina.

Mateo al crecer era un niño inquieto, de tez clara, gordito y de baja estatura para su edad, como lo describía su madre. Le gustaba jugar fútbol junto a su padre y sus amigos del barrio. Pero sin dudas su actividad favorita era salir con sus vecinos a cazar guarisapos cerca de pequeños canales o arroyos que se utilizan en el sector para regar las plantaciones. Pese a su corta edad, su madre le daba permiso todos los días para salir a divertirse buscando pequeños animales.

Su hija menor, Agustina, prefería pasar las tardes ocupando el teléfono de su madre viendo videos en otros idiomas, los cuales imitaba sorprendiendo a sus padres. Bárbara mencionaba que para no haber estado en el jardín aún, era muy despierta y curiosa por aprender. Recién la habían matriculado para su primer año en el mismo colegio al que asistieron sus padres.

Mientras que Paz, la mayor de los hermanos Labra Castro, siempre tuvo la responsabilidad de cuidar a sus hermanos. Al ser la más grande se preocupaba de ellos, “se entretenía con Agustina, siempre ayudaba a verla porque ella se creía la mamá, por así decirlo. Siempre me daba una mano para mirarlos, porque una se hacía poco para dos niños inquietos”, reconoció Bárbara.

Para la familia, la religión tiene un rol fundamental en sus vidas. Desde que sus hijos eran pequeños los comenzaron a llevar a la misma iglesia a la que ellos asistían. Pamela (48), hermana de Bárbara, junto a su familia también asistían a la misma iglesia y al tener un hijo de la misma edad que Paz, comentó que “siempre estábamos juntas con Bárbara haciendo trabajos escolares o en la iglesia, ayudándole de alguna forma. Si ella no podía, yo me hacía cargo de los niños”.

El viernes 20 de diciembre del 2019 en la iglesia todos se preparaban para la navidad, incluyendo a la familia Labra Castro. Mateo iba a participar del número bíblico y la familia iba a colaborar en la celebración. Pamela cuenta que ese día todos sintieron algo especial con Agustina, la notaban muy feliz y linda mientras jugaba con su muñeca. El esposo de Pamela jugó toda la tarde con la niña y también notó algo especial en ella. Nunca supo explicar qué era.

Mateo, quien era muy cercano a Pamela, le preguntó antes de salir de la iglesia dónde iban a celebrar la navidad. Ella le respondió que no sabía y que aún no tenía el árbol de navidad armado. El menor le pidió que lo celebraran en la casa de ella y se ofreció para ayudarla a armar el árbol, su tía accedió y quedaron de acuerdo para que lo pasara a buscar a las dos y media de la tarde el día siguiente.

El niño antes de ir corriendo a darle la mano a su madre para cruzar la calle le dijo a Pamela “te amo tía, no se olvide ir a buscarme”, mientras la abrazaba despidiéndose de ella.

Foto de Claudio Flores, licencia propria, no uso comercial

Bárbara, Mateo y Agustina se dieron la mano y esperaron para cruzar el paso de cebra ubicado justo frente a su iglesia, mientras que Paz acompañaba a su abuela atrás de ellos. Una camioneta paró y encendió las luces de emergencia otorgándoles el paso. Así la madre y dos de sus hijos comenzaron a caminar por la calzada, hasta que casi al llegar al bandejón central un vehículo los embistió.

El conductor que había salido de Aurora, aproximadamente a un kilómetro desde donde cruzaban Bárbara y sus hijos, alcanzó los 140 kilómetros por hora o por lo menos en eso quedó el tacómetro.

Todas las señaléticas del trayecto indican que la velocidad máxima es de sesenta kilómetros por hora.

El día después

El doctor en psicología y consultor de la Comisión Nacional de Seguridad de Tránsito (CONASET), Emilio Moyano, explica que existen dos factores que incitan a los conductores a exceder la velocidad en esta ruta. Por una parte, está la rectitud de la carretera; por la otra, el modelo discrepa de la realidad, pues “tiene todos los estándares de una ruta de 100 kilómetros por hora: señalización moderna y adecuada, bermas, topes y demarcación con pintura”.

Moyano señala que es un fenómeno recurrente que el conductor se confíe de dicho estándar y sobrepase la velocidad permitida. Además, señala que debido a la alta probabilidad de encontrar peatones en la vía, se tienden a perder todos los estándares de alta seguridad previamente mencionados.

La presidenta de Fundación Emilia, Carolina Figueroa, afirma que “la velocidad en Chile no se fiscaliza. De cada diez infracciones por velocidad, solamente se logra detectar una”.

Así mismo afirma que uno de los grandes problemas en Chile es que sólo hay tres delitos por tránsito: causar lesiones graves o la muerte al conducir en estado de ebriedad, huir del lugar del accidente y negarse a realizar el alcotest o alcoholemia. Todos ellos están contemplados en la Ley Emilia, que entró en vigor el año 2014. Por ello, Figueroa enfatiza que “hay que avanzar en la tipificación de nuevos criterios para delitos. Conducir a exceso de velocidad no puede seguir siendo una falta”.

Desafortunadamente, la conducción a exceso de velocidad al no estar tipificada como delito es determinante en los siniestros viales, pues en esos casos difícilmente el responsable tendrá prisión preventiva o prisión efectiva, agrega la representante de Fundación Emilia.

Lo que menciona Figueroa fue precisamente lo que ocurrió en el caso de Mateo y Agustina Labra. La madre de los niños relata que el mismo día del accidente se interpuso una denuncia por cuasidelito de homicidio. En cuanto al responsable del siniestro, este solo estuvo un par de días en prisión preventiva, pues no se le consideró un peligro público al arrojar negativo en la alcoholemia y por su irreprochable conducta anterior.

Un conocido de la familia que es abogado decidió representarlos en la causa judicial, la que se vio entorpecida durante un largo tiempo por la pandemia. Una vez retomada, se acordó realizar un procedimiento abreviado.

Entre finales de enero y febrero debería llevarse a cabo el juicio. Sin embargo, Bárbara dice con resignación que ya tienen claro que la condena máxima sería firma mensual por dos años y cinco meses, y la inhabilitación por un año de la licencia de conducir.

“Lajusticia es muy mala, porque un cuasidelito no es algo simple. Se llevó a dos personas, casi a tres y lo único que vamos a conseguir es que él quede firmando. Es como una burla para quienes quedaron con la pena. Da impotencia y rabia”, exclama Bárbara.

Pamela recuerda que al día siguiente del accidente fue al Hospital de Talca y entró a la sala en que estaba el autor del atropello. Ante eso, dice que el hombre sólo le pidió perdón. “Yo no lo quise hacer, los maté, los maté”, exclamaba el conductor según el relato de Pamela. Antes de salir de la habitación ella le dijo “cada vez que tú veas a tus hijos y que los abraces, sabrás que mi hermana no lo va a poder hacer”.

Mientras la hermana de Bárbara estaba en el hospital, los vecinos del sector cortaban la carretera durante toda la tarde. Neumáticos prendidos en llamas en medio del mismo paso de cebra por el cual el vehículo los había embestido. El cruce de Flor del Llano lo llenaron de globos negros, grafitis y pancartas en memoria de los niños.

Exigían un semáforo para la comunidad y que los conductores respetaran el límite de velocidad. Cuando los carabineros llegaron al lugar, la gente los increpaba exigiéndoles más fiscalización. Entre gritos y silbatazos, también los culpaban por lo que había pasado, intentando encontrar respuestas en medio de la conmoción de una comuna entera.

«Si nos ponemos a sacar partes hacemos millonaria a la municipalidad, pero no lo hacemos porque la gente que transita por aquí es de esfuerzo. Pasarles una multa muchas veces podría significar dejarlos sin comida durante varios días, es duro pensarlo de esa manera, pero es gente trabajadora»

Carabinero que estuvo presente la noche del accidente y el día de las protestas. Prefirió mantener su identidad en reserva.

Bárbara estuvo más de un mes hospitalizada y durante ese período tuvo dos operaciones, en el brazo y en la pierna, ambos del lado izquierdo. El día del funeral de sus hijos aún no tenía la fuerza necesaria para levantarse de la cama del hospital, pese a que la enfermera les había concedido toda la ayuda necesaria para que la madre pudiese asistir. La familia se encargó de grabar todo para que ella lo pudiese ver.

Mientras Bárbara estaba en recuperación, su esposo Maicol y su hija Paz estuvieron recibiendo asistencia psicológica de una fundación en Talca, pero con la pandemia tuvieron que dejar de ir y la ayuda cesó. Cuando ella salió del hospital, comenzó con su rehabilitación y también con la asistencia psicológica. Sin embargo, todo lo ha tenido que costear la familia Labra Castro.

La municipalidad de San Clemente se contactó solo una vez con Maicol para ayudarle con la compra de los féretros, después de eso no lo volvieron a llamar. Por su parte, la iglesia a la cual asistían junto a los vecinos realizaron colectas para la familia y los acompañaron durante todo el proceso.

De la persona que los atropelló no saben nada. Si no fuese por la vez en que Pamela lo fue a buscar a su habitación, se trataría de un completo desconocido. Bárbara reveló que ni ella ni su esposo hablaron con él ni mucho menos con su abogado. Las únicas disculpas que la familia alguna vez escuchó fueron las que le pidió a Pamela la tarde siguiente al accidente.

A poco más de un año del fatal accidente, Pamela confiesa que cuatro meses antes soñó con un incidente similar al que acabó con la vida de sus sobrinos Mateo y Agustina. Con dificultad, relata que veía ataúdes y un desconocido le decía que pertenecían a niños. Un extraño sentimiento le invadía el cuerpo y comenzaba a amasar pan para toda la gente que estaba presente en su sueño.

Al despertar intentó encontrarle sentido, se lo comentó a su madre y a su hermana Bárbara. Sin embargo, no fue hasta esa trágica noche que lo comprendió: “Dios me había enviado esa señal para que fuese fuerte y acompañara a mi hermana”, afirma Pamela.

El duelo no ha sido fácil para la familia Labra Castro. El primer aniversario del accidente y los días siguientes, en los que se celebran navidad y año nuevo, fueron los más duros. “No hicimos nada. Fue un día más, un día triste. Estas épocas son las que a ellos más les gustaban, y con todo esto no hay ganas de celebrar, no hay ganas de nada. Todo cambió, ya nada es igual”, confiesa la madre de los niños.

Así mismo, la tía relata con tristeza que no fue capaz de armar el árbol de navidad, pues sólo se acordaba de lo último que le pidió Mateo. “No podíamos decir feliz navidad. Cómo podría estar contenta si sé que mi hermana está sufriendo, le faltan sus niños y está todo reciente”, confiesa.

El abuelo materno, José Castro, se vio muy afectado con la pérdida de los pequeños. Pamela dice que desde entonces llora casi siempre, por lo que teme que tenga depresión. Recientemente contrajo covid-19, y su estado fue tan crítico que incluso requirió ser intubado. En medio de su gravedad, dice haber soñado que Mateo le decía que no era su momento de morir y que se debía recuperar.

Para los Labra Castro la fe cristiana ha sido un pilar fundamental para poder sobrellevar el dolor. Pamela señala que, si no consiguen justicia terrenal, esperan la justicia de Dios, pues “hoy en día la plata, ser de familia acreditada o tener una posición social mueve muchas cosas. En cambio, las personas humildes muchas veces son pisoteadas y no tienen justicia”.

En mayo del 2020, se inauguró un memorial para Mateo y Agustina en el cruce de Flor del Llano, ubicado frente a la iglesia en la que crecieron. Entre las flores que los vecinos dejan, están las placas con los nombres de ambos y dos estatuillas que se terminaron transformando en un símbolo para la comunidad.

Foto de Claudio Flores, licencia propria, no uso comercial

Su padre, Maicol, los recuerda constantemente en su cuenta de Facebook con videos y fotos, siempre finaliza sus publicaciones con la frase: “Por siempre en mi mente y en mi corazón”.

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